sábado, 25 de diciembre de 2010
LA HISTORIA DE LA NAVIDAD
Lo que llamamos “navidad” es el resultado de una mezcla de tradiciones paganas muy coloridas e interesantes. Para empezar, no fue Jesús El Cristo el único que nació del seno de una virgen: también Krishna nació de una virgen llamada Neith; y según las tradiciones de muchos pueblos, lo mismo sucedió con otros personajes como Quetzcóatl, Zoroastro, Buda, Apolunio, Huitzilopochtli, Pitágoras. Ciro El Grande, Escisión El Viejo, Platón, Karna, Rómulo y Remo, Pie Negro, Dionisios, Alejandro El Grande… pues nacer de virgen era, en muchos pueblos, uno de los signos de los “elegidos”, que eran, por lo general, hijos de un dios (o su representante) y una mortal.
Pero sigamos: en los albores de la era cristiana nadie estaba seguro de la fecha en que había nacido Jesús. Más aún, se seguían rigiendo por el calendario instituido por Diocleciano, emperador romano que tuvo la dudosa gloria de haber perseguido con ferocidad a los cristianos. El Papa Julio I decidió entonces que ya era hora de romper con dicho calendario y le encargó al monje Dionisio el Exiguo determinar con exactitud la fecha precisa del nacimiento de Jesús. Éste, sin ninguna prueba conocida que justificara su precisión, determinó que este había nacido 754 años luego de la fundación de Roma. Así, gracias al “cálculo” del monje Dionisio se empezó a contar desde ese año nuestra era.
UN PROBLEMA DE FECHAS
Quedaba sin embargo el problema de la fecha precisa, pues era evidente que en diciembre y enero -se daban y se dan- las temperaturas más bajas (hasta 0,1 bajo cero en grados Celsius) y las precipitaciones más altas (hasta 187 milímetros) en Tierra Santa, de tal manera que resultaba imposible que los pastores durmieran a cielo descubierto mientras cuidaban el ganado, según escribió San Lucas -médico sirio convertido al cristianismo muchos años después de la desaparición de Jesús-, pues durante esa época, incluido febrero, hombres y ganado dormían bajo techo. Era entonces absurdo que el censo de población decretado por Quirino, gobernador de Siria, se llevara a cabo en diciembre, enero o febrero, en medio del frío y la lluvia, pues los caminos anegados y resbaladizos habrían hecho imposible el desplazamiento de los miles de peregrinos que se dirigían a sus lugares de origen, como era el caso de José y María.
Algunos indicios históricos parecen indicar que Jesús nació seis años antes de su nacimiento oficial, pues los censos se llevaban a cabo cada 14 años y el último había sido en el 20 a.c. Más, si nos atenemos a los distintos fenómenos cósmicos que explicarían la “estrella de Belén”, bien podría haber sido entre el año 7 y el año 2 antes de su nacimiento oficial, como veremos más adelante. Así pues, se comenzó a especular con las fechas: 16 o 20 de mayo, 9, 19 o 20 de abril, 29 de marzo o 29 de setiembre… hasta que en el año 334, el papa Julio I dictaminó que Jesús había nacido el 25 de diciembre, y punto. No era, por supuesto, una fecha escogida al azar, pues coincidía con las festividades que realizaban muchos pueblos durante el solsticio de invierno, esto es durante el retorno del sol en el hemisferio norte.
Cada 25 de diciembre, los antiguos egipcios celebraban el nacimiento del dios solar Horus, los celtas encendían fogatas en las colinas para honrar al dios sol Baal, se llevaban a cabo ceremonias vikingas en honor de Odín, se festejaba en Persia el nacimiento del dios indo-iraní Mitra, en tanto los romanos celebraban las Saturnalias con el propósito de honrar al sol venidero. Fue de esta forma que el nacimiento de Jesús El Cristo logró mezclarse con las festividades paganas y fue fácilmente asimilado al regreso de la luz, al nacimiento del “sol niño” de los egipcios.
El Cristo dice (Juan 8,12; 9,5): “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”, y más adelante: “Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo”. Es sabido además que durante la Edad Media fue llamado Sol Justitiae (Sol de la Justicia) y Sol Invictus (Sol Invencible).
Desde muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, el dios romano Adonis, amante de Venus diosa de la fecundidad y el amor, moría y renacía durante la primavera de cada año. Pese a que su “muerte” era cíclica y duraba unos pocos días, en cada ocasión sus seguidores lloraban inconsolables su muerte, en la misma medida en que más tarde celebraban su resurrección.
¿Qué tiene que ver esto con Jesús El Cristo? Que el lugar de nacimiento de Adonis fue, según la tradición, nada menos que Belén, y que la resurrección de éste era otro elemento de su aura mítica así como de su mensaje simbólico.
Hay además otro hecho de suma importancia que explica Javier Arriés, basándose en los textos de San Jerónimo: la cueva donde la tradición cristiana afirma que nació Jesús fue en su origen santuario de Atis, dios arbóreo asociado con los Misterios de Cibeles, diosa griega de la fecundidad. Más tarde Atis sería a su vez asociado con Mitra, el dios sol de los persas cuya semejanza con el Cristo es muy grande.
Puestos a desentrañar más “coincidencias”, cabe decir que según antiguas tradiciones esotéricas, la fecha de la muerte de El Cristo se calculó de acuerdo con las posiciones del sol y la luna durante el equinoccio de primavera, que es cuando muchas religiones de la antigüedad celebraban la muerte y resurrección de sus dioses: entre los más conocidos, la del dios egipcio Osiris, que solía representarse con los brazos extendidos, como si estuviera crucificado.
Por otro lado, el que El Cristo haya muerto y renacido luego de tres días, está asociado con los ciclos de la luna que cada vez “muere” y “renace” luego de tres días de oscuridad. Y es que no en vano para varios autores la figura simbólica de El Cristo goza del privilegio de ser la “síntesis de las figuras fundamentales del universo”, tanto del cielo como de la tierra, tanto de lo divino como de lo humano, tanto de la ascensión como del descenso y, sin duda, tanto del sol como de la luna, con sus respectivas simbologías.
¿Y DE DONDE SALIÓ PAPÁ NEOEL?
Pero sigamos nuestro viaje: otro elemento pagano de la Navidad es el árbol. Muchos pueblos les han rendido culto a un puñado de árboles considerados sagrados por distintos motivos. El más común, desde Grecia hasta Noruega, era el roble, pero con el devenir del cristianismo se cambió al macizo roble por el abeto pues, según los misioneros, la forma triangular de la enramada correspondía al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Este “tres” mágico caló muy bien en todas partes ya que era un número venerado por muchos pueblos, miles de años antes de la venida de Jesús. De esta manera bastante singular, se impuso el abeto y con correr de los siglos el espantoso pino de plástico. Durante esta época se había convertido en una costumbre milenarista adornarlos con piedras pintadas y telas de colores, con el doble propósito de “vestir” a los árboles que se habían quedado “desnudos” tras el otoño, esto es sin su respectivo “espíritu”, y por otro lado lograr que el “espíritu” que había escapado de los árboles regresara a dar frutos en primavera, como efectivamente sucedía para regocijo de todos. De ahí surge toda esa parafernalia alrededor del arbolito de Navidad que parpadea hipnóticamente durante las fechas navideñas y guarda bajo su “sombra” los famosos regalos.
Y ya que entramos al tema de los regalos, otro elemento pagano es, por supuesto, Papá Noel, que en un principio se trataba del Abuelo Invierno, al que los vikingos agasajaban para que fuera benévolo, y llegado el momento, partiera sin resentimiento con el fin de dar paso a la nueva vida. Una vez cristianizados pero siguiendo la costumbre vikinga, los bretones lo denominaron Viejo Padre Navidad: uno de ellos se disfrazaba del personaje y con gran alegría el pueblo entero le ofrecía de comer y de beber en abundancia hasta su partida.
Algo parecido sucede con el Taita Carnaval entre ciertas poblaciones indígenas de los Andes ecuatorianos. Este Taita agente de abundancia y fertilidad, está asociado con la llegada de las lluvias y recorre los pueblos al ritmo de la fiesta agasajado por cuantos lo reciben en sus casas: aunque de origen ancestral, su presencia mítica se “mezcló” con la celebración del carnaval que trajeron los españoles a estas tierras.
Con el tiempo, el mítico Padre Invierno, así como el Padre Navidad o Papá Noel, se confundió con la imagen de Nicolás, un hombre sumamente rico nacido en lo que hoy es Turquía y famoso por su generosidad con los más pobres, en especial con los niños. Pues bien, este Nicolás que más tarde se transformó en obispo, y luego en santo, no sólo ha sido durante siglos el santo más querido de los originarios del pueblo de Bari, Italia (¿se acuerdan de Nicola di Bari?), sino también nadie sabe por qué, de los holandeses, quienes lo llamaron en su lengua Sinter Klaas (San Nicolás), y con este nombre pasó a América, más específicamente a Nueva Ámsterdam, que luego los ingleses bautizaron como Nueva Cork.
Con el tiempo y las aguas navideñas, Sinter Klaas se transformó en el famoso Santa Claus (jo jo jo), es decir en el Papá Noel de los franceses, quiero decir en el Padre Navidad de los bretones, o más bien en el Padre Invierno de los vikingos, con las más variadas formas y vestimentas, hasta que en 1931 una publicidad de la Coca Cola puso “orden” en la confusión y lo dejó en su forma actual: más redondo que largo, largas barbas de algodón de azúcar, nariz de alcohólico, ropajes de gnomo y botas de cosaco, a todo lo cual se sumaron los colores de la Coca Cola: rojo y blanco.
A propósito de la mezcolanza anterior, los lapones solían constatar cómo cada vez que estaba por llegar el invierno, los renos empezaban a bajar en manadas desde las montañas hasta los valles menos azotados por los vientos gélidos: puesto en metáfora, los renos precedían al (Padre) invierno. Sabedor de esta creencia o al menos así lo supone Desmond Morris, el poeta norteamericano Clement Moore incorporó renos a su famoso poema “Una visita de San Nicolás”, allá por 1824. Desde entonces los renos han precedido el carruaje de Papá Noel, y se teme que Rodolfo el Reno, que tenía la nariz como un tomate, se sumó al séquito inspirado por el poema de Moore.
Los habitantes de este lado de América a duras penas sí hemos contribuido a la Navidad con el pavo del que los aztecas tenían grandes criaderos. Una vez introducido en Inglaterra por David Strickland, éste obtuvo el derecho a poner como centro de su escudo familiar un pavo macho. Pese a este pasaje kitsch de la historia inglesa, durante años, -confundiendo el pavo de América con la gallina de Guinea- se creyó que habían sido los turcos quienes habían introducido el pavo en Inglaterra, de ahí su nombre en Inglés: turkey (turco).
LOS REYES MAGOS
Al parecer, lo único cristiano de la Navidad es Jesús El Cristo, y de alguna manera el pesebre, que en el año 1224 fue incorporado por Francisco de Asís, con animales vivos y personajes disfrazados, para imitar la forma en que se celebraba la Navidad en Tierra Santa. Desde esa fecha, muchas casas nobles de Europa empezaron a competir entre ellas para diseñar el mejor pesebre cada año, hasta llegar a excesos verdaderamente surrealistas.
Luego, esta costumbre se trasladó a América en donde se incorporaron figuritas de alpacas, cóndores, tapires y caimanes, amén de indios pastores, ídolos precolombinos, así como chamanes amazónicos o emperadores incas en sustitución del algún rey Mago, por lo general Gaspar.
Y ya que entramos en el tema de los Reyes Magos, recordemos que solo hay dos narraciones en el Nuevo Testamento respecto del nacimiento de Jesús: la de Lucas y la de Mateo. No hay unanimidad en sus relatos: Lucas en ningún momento menciona a los Reyes Magos, sino que hace énfasis en la adoración de los pastores. Mateo en cambio habla de los Reyes Magos y de su encuentro desafortunado con Herodes, sin mencionar para nada a los pastores.
Está claro sin embargo que ni Lucas ni Mateo conocieron a Jesús El Cristo y que sus relatos fueron escritos más de 40 años luego de su crucifixión. De todas maneras, lo único que dice Mateo de manera general- es que los Reyes Magos eran sabios de Oriente, pero con el transcurso del tiempo el pueblo convirtió a estos Reyes en Melchor (soberano persa), Gaspar (rey de la India) y Baltasar (jeque de Arabia). Más tarde éstos fueron “interpretados” por el ecumenismo de la Edad Media, como Melchor (europeo: a caballo), Gaspar (asiático: sobre un camello) y Baltasar (africano: a lomo de elefante) con el propósito de que “cada rey representara a una parte de la Tierra hasta entonces conocida”, según señala el antropólogo Segundo Moreno.
Como todos sabemos, los Reyes Magos se guiaron por una misteriosa estrella que ahora corona el árbol de Navidad. Intrigados, algunos astrónomos se han propuesto determinar de qué fenómeno cósmico se trataba: los científicos coinciden en que hubo un cometa navegando los cielos cinco años antes del nacimiento de Jesús, en tanto a través del telescopio Hubble- se descubrió la posibilidad de que una supernova iluminara el cielo en esa misma época.
Sin embargo, algunos astrónomos se inclinan por un fenómeno raro que sólo se da cada 800 años, más o menos: la triple alineación de Júpiter, Saturno y la Tierra que sucedió siete años antes del nacimiento oficial de Jesús y que produjo un efecto luminoso que duró varios días. Cabe destacar además que algo similar ocurrió dos años antes de su nacimiento, cuando el planeta Venus se superpuso a Júpiter en su trayectoria, creando así una luminosidad extraordinaria.
Esto empataría con lo dicho anteriormente, esto es, que El Cristo nació años antes de su nacimiento oficial, pero ¿qué tenía que ver esto con los Magos, en el supuesto de que lo relatado to? Que los judíos vivieron muchos años en Persia, de donde se supone eran estos sabios de “Oriente”, y que por tanto conocían las profecías de este pueblo. De ahí que al constatar el fenómeno luminoso en el cielo se dirigieran hacia tierras hebreas para a su vez atestiguar sobre el nacimiento del Meshua o Mesías, esto es, del Ungido o Iniciado.
En todo caso cabe recordar que cuando murió el gran emperador francés Carlomagno, los astrónomos de la época inventaron y fecharon el paso de un comete, pues, -se dijo- no podía ser que el emperador contara con un cometa el día de su muerte: así de importante era la presencia de estos cuerpos celestes tanto en el nacimiento como en la defunción de un gran personaje.
Assimov nos ha descubierto además que fue el famoso pintor italiano El Giotto quien popularizó la estrella al pintarla por primera vez allá por 1304. en efecto, en 1301 apareció el Halley en los cielos de Europa casando pánico entre la población, pero un joven de 24 años llamado Giotto di Bondone aprovechó la ocasión para observarlo con ojos diferentes. Fue así que, tres años después, plasmó su experiencia en el cuadro que luego se conocería como “La Adoración de los Magos”. Hace unos años la NASA lanzó una sonda espacial para examinar el polvo dejado por el Halley en su paso hacia el sol. Adivinen cómo bautizaron la sonda: en efecto, la bautizaron “Giotto”.
De esta manera queda demostrado cómo la Navidad, fiesta especialmente diseñada para ser disfrutada por los niños, es un verdadero popurrí de tradiciones, mitos y ceremonias paganas. No olvidemos sin embargo su sentido profundo, esto es el retorno arquetípico de la luz esencial: manifestación de las fuerzas uránicas fecundantes, expresión de la llegada cíclica del orden en medio del caos, pero sobre todo de la oportunidad que todos tenemos de una vida plena a todo nivel, incluido el espiritual-tras el aparente reinado de las sombras.
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