martes, 28 de diciembre de 2010

Prensa corsaria en Perú


Por: César Hildebrandt

Me encantan algunos colegas que creen que la prensa es como una patente de corso.

Cada vez que alguien habla de sus excesos, de sus silencios, de sus venganzas, de su mal gusto y del hecho notorio de que están al servicio de los dineros y del poder que del dinero emana, saltan los "hombres de prensa" a decir aquello que ni ellos mismos creen: que la prensa encarna el espíritu de la libertad, el vuelo de los fueros individuales, el secreto de la democracia.

¡Qué risa!

¿Alguien puede creer que la prensa que se vende al Banco de Crédito, a Ripley, a Wong, al Señor de la Marmaja, a Nuestra Señora de la Cutra, a la Virgen del Puño y a Santa Sunat de los Milagros representa la libertad y al ciudadano?

Esa es la prensa que dice que sólo se puede tolerar la autorregulación. Es como pedirle a Francis Drake que se autorregule. Como solicitarle a Nabokov que entre a un convento. Como rogarle a Alan García que diga la verdad. Como pedirle a los hermanos Agois que se pongan al día.

Dejémonos de hipocresías. La libertad de prensa aletea todavía en el Perú porque hay algunos periodistas que la ejercen contra viento y marea, contra pautas publicitarias y dueños amansados.

No se puede ser tan fariseo haciendo buches con grandes palabras mientras se firma un pacto con el sistema y la corrupción que lo sostiene.

No se puede hablar de grandes valores cuando se han abandonado todos los principios.

Por eso me da una risa tremenda esto de oír a la colegada hablando mal de la señora Kirchner porque ha tenido el valor de enfrentarse al imperio de Clarín, dueño de una papelera mal habida que controla el mercado de ese insumo y que es parte de un conglomerado de vastos intereses.

¿O me van a decir que Clarín se enfrentó al fascismo homicida de Videla? No, quien se enfrentó a la jauría uniformada fue La Opinión, de Jacobo Timerman, que estuvo preso y casi muerto en una mazmorra bonaerense. Y La Opinión fue el mejor diario latinoamericano que yo haya leído. Y lo fue, entre otras cosas, porque era libre de verdad, carente de publicidad, pletórico de inteligencia, valiente hasta el sacrificio.

Cuando en este continente pululaban las bestias del fascismo, ¿qué hacía la "gran prensa"?

Pues colaboraba mientras, de paso, como hizo Clarín, compraba activos a precios de terror. O no recuerdan a El Mercurio festejando las matanzas, haciendo negocios con los Chicago Boys de por medio y recibiendo dinero de la CIA, tal como quedó demostrado en documentos oficiales desclasificados por el Congreso estadounidense?

A mí no me vengan con discursos de la SIP ni con editoriales de El Comercio ni con las preocupaciones de Carlos Alberto Montaner ni con las solidaridades de Pedro J. Pillos disfrazados de apóstoles, vivazos letrados, pendejos hereditarios que jamás se saldrán del libreto impuesto, del límite trazado, del cuento chino de que el mercado lo es todo y que el liberalismo canónico es el fin de la historia.

Que les haya ido bien es una cosa. Que se presenten como la conciencia de todos, amenazada por el poder (cuando el verdadero poder es el que los banca), es demasiado.

Si el cinismo fuera punible, las cárceles estarían llenas de periodistas encumbrados.

Si el cielo compensatorio existiera tendría que estar repleto de los verdaderos héroes del periodismo: aquellos redactores, sobre todo jóvenes, que luchan día tras día para que sus notas sean respetadas, para seguir limpios en una atmósfera tan sucia; aquellos reporteros de la tele y la radio que, a pesar de sus jefes, siguen creyendo que la prensa es algo más que congraciarse con los tiburones. A ellos mi homenaje y mi saludo.

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