Gabriel Icochea Rodríguez
Este comentario fue parte del simposio «Alberto Flores Galindo: Historia, pensamiento crítico y utopía», llevado a cabo en el Auditorio de Ciencias Sociales de la Universidad Católica del Perú. Alberto Flores Galindo (Bellavista, Callao, 28 de mayo de 1949 - Lima, 26 de marzo de 1990) fue un historiador original y prolífico, y uno de los intelectuales prominentes en el Perú de la década de 1980. Recientemente (junio del 2010) se ha publicado la primera traducción al inglés de Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes, quizá el libro más emblemático de Flores Galindo.
¿Cómo salir del lirismo (por lo demás legítimo) de algunas de las evocaciones hechas hasta la fecha sobre Alberto Flores Galindo? Por sí solo, el afán por recordarlo nos remite a un espíritu carismático y a una personalidad entrañable.
Por desgracia, no fui su alumno ni su amigo pero he escuchado bastantes menciones de su calidad personal, No puedo evitar sentir una enorme simpatía por un hombre que reflejaba una gran honestidad en cada uno de sus textos y me hace recordar al Amauta José Carlos Mariátegui como modelo de virtud. Sin embargo, siento una enorme comodidad al tomar la distancia adecuada para hablar sobre su obra.
Alberto Flores Galindo ha sido una de las personalidades más notables que nos ha brindado la izquierda en nuestro país y no dejo de creer que el mejor acercamiento es a través de sus libros, obra que por lo demás es abundante y desigual. Trabajos bien ordenados al lado de artículos de coyuntura. Eso no tiene solución; no es un problema: es más bien la impronta de un hombre interesado al mismo tiempo por lo pequeño y por lo histórico o por la pequeña y por la gran política sobre la que habló Nietzsche.
En el presente texto intentaremos acercarnos a su obra desde sus dos aportes más importantes, es decir, desde la consideración de la utopía como un factor inherente a las luchas por el cambio de la sociedad y desde la exégesis de la tradición de izquierda en nuestro país.
En la primera línea de trabajo en mención, Flores Galindo se asemeja bastante a un autor que le fue caro (según las referencias de algunos de sus lectores). Nos referimos a Ernst Bloch, que en nuestro país permaneció en la oscuridad del desinterés, y que pocas veces fue usado como referencia a diferencia de otros de sus contemporáneos como Gramsci, que en el Perú gozó de una fuerza muy inspiradora. Bloch hizo suyo el tema de la utopía. Más que cualquier maestro del llamado marxismo occidental, Bloch creyó al igual que Flores Galindo en la historia en general y en la historia de los países en particular había una larga tradición de utopías revolucionarias. Esa certeza lo llevó a estudiar la obra y la historia de Thomas Müntzer, que levantó a los sectores agrícolas en un acontecimiento denominado guerra de los campesinos en Alemania. Al mismo tiempo, Bloch, que fue un académico de mucho respeto, estudió la teología de Müntzer, contraponiéndola a la de Lutero y a la del catolicismo. Esta heterodoxia parte de la simple percepción de que un movimiento revolucionario puede ser inspirado desde cualquier doctrina: por ejemplo, a partir de nociones teológicas hasta derivar finalmente en una ideología que sirva para la transformación de la realidad social. Desde luego, hay una nueva lectura de la teología desde un punto de vista alternativo.
Más aún, el estilo a veces anacrónico de Bloch nos hace pensar que Müntzer es un revolucionario contemporáneo que piensa cada uno de sus actos desde fragmentos bíblicos. Por momentos, sentimos que lo juzga desde una noción muy contemporánea. Como un hombre que comete errores estratégicos y que carece de un entendimiento cabal de la lógica de la revolución y, sin embargo, es el mejor en tiempos de suma corrupción del clero y el hombre puro que se resiste al aburguesamiento.
Lo deducible de haber sacado a Müntzer de la historia alemana y haberlo tomado como ejemplo nos hace pensar en un Bloch que cree que los movimientos contestatarios en busca de la justicia recorren toda la historia y, así como elegimos a Müntzer y su fuente inspiradora en el contexto germánico, Flores Galindo tomó a Túpac Amaru y lo estudió como un caso de verdadera autonomía milenarista, dedicándole por lo menos tres estudios en su última etapa.
(Esta visión de la historia como un río que contiene elementos que elegimos para reforzar una visión es en cierto sentido un racionalismo histórico plausible desde un punto de vista revolucionario. Por desgracia, creo que el tema no viene a discusión.)
Recuperemos el orden del discurso: ¿Qué es utopía? Es toda visión organizada del futuro. Por lo general, las utopías, desde Platón (La república), son organizaciones sociales que no cambian porque han logrado cierto nivel de perfección. También las utopías del Renacimiento, todas y cada una de ellas, eran representaciones inspiradas en la armonía, llámese ésta una utopía cientificista (como la nueva Atlántida de Bacon) o una utopía más cercana a una sociedad agrícola feliz como la de Campanella. Son organizaciones que aseguran a la gente niveles aceptables de felicidad.
Estos elementos de perfección y felicidad han perdurado en las utopías modernas. Tanto en la utopía de Aldous Huxley (Un mundo feliz) como en la utopía comunista de Orwell, hay un esfuerzo para que los individuos se sientan satisfechos o que terminen creyéndolo como en 1984. Aunque diversos autores como Vattimo hayan visto antiutopías en estos frescos.
La utopía andina tiene un fundamento de existencia en una lógica simple de poder: un sector dominado refleja su inconformidad a través de distintos canales de expresión. Flores Galindo entendió bien este plano (veáse Buscando un inca, primera parte), prestando atención por igual al material intelectual de las élites criollas como a la cultura popular. El repudio a los dominadores se expresa en cantos, en sueños, en oraciones e incluso en expresiones de la cultura popular, como los conocidos retablos.
Toda protesta contra el orden establecido contenía resabios de utopía. No una, sino muchas utopías. Bloch suscribiría la existencia de múltiples utopías en la historia. Esta es la interpretación de un inventario que el mismo Flores Galindo se encargó de hacer. Era como decir que, en diversos momentos de la historia, los rebeldes han fabricado una visión de sociedad deseable.
En el mismo Marx, que es referencia común de Bloch y de Flores, no hay una sola utopía. Está la utopía del joven Marx en la que parecemos asistir a una sociedad bucólica en la que no existe especialización y por tanto se hace dudoso el desarrollo de fuerzas productivas. Allí, el hombre puede desempeñar, por ejemplo, diversas actividades durante el día. Por otro lado, la utopía deducible del desarrollo de fuerzas productivas que figura en los Grundrisse (Crítica a la economía política) se acerca mucho más a la idea de una sociedad tecnológica que lo libera del trabajo. Como vemos, incluso en el marxismo, la utopía no es clara del todo y presenta sus dificultades exegéticas. Decir, por ejemplo: De cada quien según su capacidad a cada quien según su necesidad, es hablar parcialmente de cómo estarán desarrollados los bienes y como serán distribuidos. Pero ¿y lo demás? Por eso el esfuerzo de Bloch sigue siendo el más significativo. En El principio esperanza, él se arriesga a formular las hipótesis sobre la convivencia de una sociedad socialista. Pero Flores Galindo, que anotó observaciones estupendas a las utopías, nos invita a pensar en la relación que existe entre las utopías y el carácter cultural de la sociedad. Cuando empleó el término «Utopía andina», se estaba designando una etnia con valoraciones propias, ¿Serán esos valores los de la nueva sociedad? ¿O nos referimos tan sólo a los sujetos incorporados a la cultura, que aparecerán como agentes transformadores?
El punto tiene la virtud de ser una invitación a pensar qué sociedad queremos. Ahora mismo, las fuerzas sociales que nos quieren arrastrar a la modernidad, sin pensar en sus inconvenientes, no nos ofrecen una imagen clara del tipo de sociedad deseable. Una sociedad que depreda la naturaleza poniendo por encima de todo los negocios, o una sociedad que se limita a convocar a los ciudadanos a participar sólo como consumidores y no como personas con derechos no es lo deseable. Tal vez la política bien vista como lucha de poderes es en realidad una lucha de utopías, y la labor de un sector de la izquierda sea elaborar una visión del futuro más consensuada, es decir, una visión construida por diversos sectores. O es probable que lleguemos a la conclusión de que la utopía se hace en la práctica: esto sería recomendar un modelo que se halle expuesto a diversas correcciones, infinitas si fuera el caso. Yo me inclino a pensar que ésta sería la alternativa a pesar de ser lo menos parecido a la utopía en un sentido de no-cambio. Una proyección de sociedad de la que tenemos algunos elementos pero estamos seguros que cambiará
Hablemos del segundo punto: Alberto flores Galindo fue un exegeta de la tradición izquierdista. Esta es una labor aún insuficiente, pero él ofreció elementos invalorables. En primer lugar, Flores Galindo, al investigar la obra de Mariátegui, promovió los elementos suficientes para salir de la crisis de identidad en la que vivió la izquierda en nuestro país, ofreciendo un derrotero y proponiendo unos orígenes que pueden no ser absolutamente actuales pero que sirven como referencias morales. La cuestión más importante, aunque no haya sido mencionada por el mismo Flores, es la construcción de una tradición. Una continuidad de hombres que vinieron luchando desde el pasado por un país con más justicia y en nombre de ideales parecidos. Todos sus grandes trabajos, desde los primeros como aquel destinado a la investigación sobre la lucha de los trabajadores en la compañía minera Cerro de Pasco Corporation hasta aquellos en los que examina la labor de los grupos políticos en las primeras décadas del siglo XX, están animados por el deseo de establecer una tradición En su primera obra sobre los mineros de Cerro de Pasco nos enteramos de lo que pocas veces fue mencionado: el rol del partido comunista en dicho movimiento. Es una suerte de historia alternativa que recupera elementos dejados de lado por la historia oficial.
En su afán por recuperar a Mariátegui, reconstruyó un Mariátegui lejos del dogmatismo (La agonía de Mariátegui) y, más aún, con matices disidentes (como por ejemplo, el haber puesto el acento tanto en la reunión de Buenos Aires como en la de Montevideo, con muchos desencuentros y entradas heterodoxas. Un Mariátegui con especiales intereses por el psicoanálisis y seguidor de algunas vanguardias artísticas y, sobre todo, un renunciante a las tentativas homogeneizadoras de la ortodoxia comunista internacional.
Por desgracia, esta tentativa de renovación no fue asumida por toda la izquierda, que no vio que en la obra de Flores se construía una nueva concepción de lo que realmente fue la izquierda. Su obra no ha sido leída como un intento por construir nuestra tradición y mostrar desde Túpac Amaru una tradición de hombres que soñaron con la justicia.
Ahora que prevalece el pragmatismo en política y que las ideologías se hallan en una postura de repliegue, es bueno pensar un retorno a las ideologías, ya que éstas garantizan cierta ética en los actores. Pero todo retorno ideológico requiere de tradiciones, de tradiciones con las cuales —a diferencia de los conservadores— discutamos y hagamos un proceso de selección inevitable. Así, pocos católicos rescatarán la labor de la inquisición y pocos izquierdistas trabajarán con el propósito de rescatar a Stalin.
De otro lado, nuestra pertenencia al pasado puede ser un diálogo con el futuro. Alberto flores Galindo abrió una amplia brecha en ese sentido. Tuvo una visión del pasado desmitificadora como en Aristocracia y plebe o en su excelente trabajo República sin ciudadanos, en donde nos enseña cómo se fabricaba la exclusión desde diversas iniciativas políticas, cómo inmensos sectores populares fueron marginados con distintos argumentos. Esta es una tarea que queda pendiente. Debemos buscar el origen de nuestras insatisfacciones para construir un futuro con justicia como lo quiso el mismo Tito Flores.
Icochea Rodríguez, Gabriel: «Sobre Alberto Flores Galindo» , en Ciberayllu [en línea] , 5 de julio del 2010.
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